Desempolvando viejos correos, pudimos ubicar uno de fecha 2-Sep-2015, relacionado a un articulo del 5 de enero de 2014, que habla sobre un tema de vital importancia, la Desesperanza Aprendida.
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¿El Gobierno nacional nos ha convencido de que no hay mucho que
pueda hacerse? La ciudadanía asfixiada a la luz de los experimentos de
Seligman.
05/01/2014 | 16:30
El psicólogo Martin Seligman acuñó el término “desesperanza aprendida” para referir a unestado en que la persona se siente indefensa, cree no tener control sobre la situación y piensa que cualquier cosa que haga será inútil.
Como
resultado, la persona permanece pasiva ante acontecimientos dolorosos,
incluso cuando dispone de la posibilidad real de cambiar esas circunstancias.
El
experimento. En un esclarecedor experimento, Martin Seligman expuso a
descargas eléctricas ocasionales a dos perros encerrados en sus respectivas
jaulas. Pero mientras uno de éstos tenía la posibilidad de accionar una palanca
para detenerlas, el otro no podía hacer nada. El dispositivo experimental
determinaba que el tiempo de las descargas fuera igual para ambos animales: las
recibían simultáneamente y cuando el primero cortaba la electricidad el otro
también dejaba de recibirla.
Pudo
observarse que, a pesar de experimentar los mismos estímulos aversivos, la
reacción de cada animal fue diferente: mientras el primer perro mostraba un
comportamiento y un ánimo normal, el otro permanecía quieto y asustado.
La
conclusión fue simple y contundente: la sensación de poseer algún control sobre
la realidad hacía soportable la situación para el primero; en cambio el segundo
habría aprendido que cualquier acción era impotente para cambiar su realidad.
Seligman
fue un paso más allá, y permitió que el segundo animal pudiera ahora controlar
las descargas. El resultado de la modificación fue sorprendente. Ya era
tarde: el perro se mostraba incapaz de darse cuenta de su posibilidad de control
y, por lo tanto, continuaba recibiendo la electricidad sin intentar nada para
evitarlo.
Su
desesperanza aprendida era irreversible.
Paralelos. Algo análogo
ocurre a la ciudadanía asfixiada por los recurrentes problemas
endémicos del país que persisten sin ser resueltos y que determinan
padecimientos cotidianos de gravedades diversas. Ante cada nueva manifestación
desbordante de esos problemas, los ciudadanos protestan, marchan, asisten
a cacerolazos, juntan firmas,cortan calles o lloran
ante las ocasionales cámaras de televisión que les permiten
expresarse, entre otras diversas reacciones.
Pero
el final es casi invariablemente el mismo: la situación sigue igual o,
a veces, peor.
Y
así seguimos, entonces. Inermes ante amenazas que pueden acecharnos en
cualquier momento, en cualquier lugar, por cualquier razón o sin razón alguna.
Desesperanza. Quizá el gobierno
nacional ya nos ha convencido –sea por negación, o por ese discurso que carga
la responsabilidad de los males en enemigos demasiado poderosos o, simplemente,
en la impericia de sus acciones– de que no hay mucho que pueda hacerse.
Como
el perro de Seligman, tal vez ya hemos aprendido la desesperanza. Tan
cercana a la impotencia. Tan parecida a la resignación.
(*)
Director de González-Valladares Consultores.
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